como un costal repleto de capítulos funestos:
huesos milenarios soterrados en la fosa común de un grito
procurando eternamente el resuello en la sonrisa de su dueño;
sueños juveniles arrasados por la mano blanca de la muerte en la noche más
oscura;
ríos de tristeza ahuyentados por el estallido furibundo de un volcán enmudecido;
quetzales extinguidos y pintados con orgullo sobre un escudo nacional
o disecados a la perfección por las manos diestras de un taxidermista.
Ahora, me yergo, con la frente en alto,
llevando a mi país en lo más profundo de mi pecho,
un santuario a mi pueblo, rojo y palpitante,
repicando, ritmos ancestrales,
en el Día de los muertos.
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