
Siempre me opuse a caminar
Con tu estatura
En el ojal de la camisa
— Siempre cuestión de orgullo—
De allí proviene el hecho
De entregarte tan tarde este poema,
Por lo que pasa a ser
Algo así como un telegrama rezagado.
La verdad
Es que de momento
Se me vino a los ojos tu palabra,
Llena de la humildad
Que cubría el eco de tu nombre.
Vino así,
No sé cómo,
Sin llamar a la puerta,
Simplemente
Tomó mi dolor entre sus brazos
Y me llevó hasta la vieja casa,
Al canapé donde solías hacer la siesta
Y fumabas tu tristeza.
Eran los días.
En que clinchabas tu presencia
Con el rostro de un niño que tenía
Doce años jugando entre tus manos,
Y contabas tus hazañas en el ring del mundial
Cuando el boxeo era boxeo
Y no una exhibición amanerada.
Ahora, viejo,
Las cosas han cambiado,
Ya quedó atrás el muchachito
Que contempló tu muerte,
La vida me hace madurar a bofetadas.
Pero no creas
Que doy con los dientes en el polvo,
Como tú
Pienso que es permitido doblarse
Pero no partirse.
Y ahí voy, caminando,
Finteándole a la vida su amargura,
Cuidándome de los golpes a los bajos,
Tratando
De terminar en pie este largo round.
Aunque a veces te confieso,
He llegado a flaquear, a quedar groggy
Y querer tramitar un suicidio voluntario.
Pero basta un vistazo a tu retrato
Y ya no hay vuelta de hoja,
Sé que dejaste tu punch sobre mi verso,
Y jab a jab
Iré elevando mi nombre hasta tu nombre.
Viejo,
Tengo una deuda contigo,
Me querías ingeniero,
Y te salí poeta,
Pero no es cosa de ir por ahí
Soportando un disfraz que desentona.
Contigo pasó lo mismo,
Te querían curita
Y saliste campeón de box ¡ Y qué campeón, carajo!
“Perdona que te quite tu tiempo”
Pero a veces
Cuando estoy tan solteramente solo
Y me urge hablar con alguien
Se me viene a los ojos tu palabra…

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