domingo, 19 de julio de 2009
Envidia
Cinco de la tarde, el metro es agobiante. Un hombre alto y delgado observa tristemente al asfaltado Santiago, el viento que entra le revuelve algo el cabello. Cómo me gustaría estar en su lugar y que el viento agite mi pelo, respirar un aire más fresco que el de este vagón. El hombre llora delicadamente, el viento ahora seca sus lágrimas, el viaje es interrumpido con la voz que dice “Estación Universidad de Santiago”, entonces, saca de su bolsillo un pasaje, lo revisa, toma el bolso que llevaba entre sus piernas y se baja en aquella estación. Sentí envidia.
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