para trocar el rocío en un mar.
Nací bajo la tutela
de las canciones del dogma,
de su ceja levantada arriba del ojo de sabueso,
de su boca de flores,
de su pecho invisible.
Nací con las manos abiertas
para apretar cambios,
para abrazar pétalos de estrellas y aromas de luna.
Nací y ya estaba con banderas de paz y sangre.
Arrugado y sin dientes
presto a mudar de piel,
con problemas,
estatutos, símbolos, manifiestos, códices y un río de fragancia.
Al acecho, a la caza y a las recepciones
de horas infinitas en las nubes.
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