Juro que la historia que les cuento a continuación es verídica por haberle sucedido los hechos a mi abuela, María de Baratta, a quien se la escuché en reiteradas ocasiones y después de su muerte la volví a recrear en labios de mi madre y de mi hermano mayor.
Recuerdo con cariño la sala de la casa de mi abuela, ubicada en el viejo centro en el Barrio de El Calvario, vale la descripción que les haré porque es en este lugar que se suceden los hechos que os narraré más adelante.
Dominaba la estancia el piano Steinway de tres cuartos de cola, lámparas de pie en las esquinas y del techo colgaba una de mayólica florentina que consistía de tres esferas de diversos colores que emitían haces de luces de caprichosas penumbras. Detrás del piano, como fondo de escenario, estaba clavado en la pared un enorme óleo de Salarrué que representaba a un dios precolombino. Habían mullidos sillones, un enorme sofá en donde mi abuelo se acostaba a escuchar sus arias cantadas por Caruso, en las mesas de centro y esquineras se erguían imponentes esculturas mitológicas y clásicas, de mármol carrarino y de bronce, una reproducción en yeso de la máscara mortuoria de Beethoven, innumerables tiestos de nuestra ancestral cultura, pitos y tambores indígenas, chirimías y teponahuastes y dos sillas toscanas de fina madera cuyos porta brazos eran coronados por unos anillos que giraban libremente y que parecían haber sido tallados de la pieza original, horadados pacientemente para lograr tal belleza y armonía..
La sala era ventilada hacia la calle por tres enormes balcones con sus puertas de vidrio y contrapuertas de madera, con blancas cortinas de finos hilos entretejidos y protegidas por unas defensas de hierro forjado color negro de exquisitos diseños. El balcón del centro era el preferido de mi abuela para recibir el fresco de la tarde en medio del mítico aroma de sus inciensos hindúes, que cual ritual pagano, encendía cada día, y que cuando tocaba el piano, el humito que despedían parecía danzar con los sonoros Fa de su música y sus compases.
Vale también haceros la descripción de mi abuela, coprotagonista de esta historia, mujer fuerte del trópico, educada y cultísima pero imbuida de este realismo mágico que está por todos lados en esta tierra tan dada al paganismo y a la herejía. La sala antes descrita era el centro de las tertulias de los artistas de la época, de sacerdotes preeminentes, de nihilistas y de anárquicos, allí se discutía de política, de religión, de metafísica, de artes plásticas, de música, en fin, eran tan especiales esas reuniones que llamaban la atención de cuanto bohemio y charlatán furulaba por aquel San Salvador de mediados del siglo pasado. Fue aquí adonde mi abuela conoce a la mujer que se convertirá en la principal protagonista de este cuento.
Ella era alguien de buena y acomodada familia, el nombre me lo reservo, estaba con el afán de comunicarse con los muertos, era, por así decirlo, una médium, apasionada por las ciencias ocultas y el espiritismo. Mi abuela le advirtió que no jugara con esos temas, que eran cosas peligrosas y que el demonio era el patrono de esas ciencias. La señora no le hizo caso y persistió en sus afanes y prácticas aduciendo que lo único que hacía era una "Misa Espiritual" en la que se leían oraciones de amor al Padre Celestial y otras plegarias para invocar a los espíritus, a los que se les llama para que concurran en ayuda de los vivos.
-- Mire Doña María, hasta rezamos el Padrenuestro y lo único que buscamos es que los espíritus buenos nos protejan.
-- Yo no jugaría con eso -- Le reiteró mi abuela, dejando así el tema cerrado.
Pasó el tiempo y fue un día de Julio, el diecisiete, día de San Alejo, que abriendo el balcón para tomar el fresco de la tarde, ve correr como desesperada a la amiga espiritista que empieza a darle de golpes a la puerta de su casa, mi abuela preocupada sale a abrirle y la encuentra en un estado de tal alteración que parecía según contó después: "Que llevaba al diablo adentro"
-- ¡Doña María, el Satán me está persiguiendo, me quiere poseer y son varios, tenía Usted razón, con eso no se juega!
-- Calmate niña, vení a la sala tengo agua bendita de Lourdes, te voy a rociar con ella.
La María desconcertada al principio e impresionada por la visión de pesadilla que tenía enfrente, tomó, cartas en el asunto, sacó de la librera en la que guardaba su música, una botella de fino cristal, la destapó y comenzó a lanzarle el agua bendita diciendo:
-- ¡Sólo a Dios, honor y gloria! ¡Ayúdame Jesús, hijo de la Virgen!
En ese instante un ventarrón extraño con pestilencia de azufre invadió la sala de la casa, los anillos de las sillas toscanas empezaron a girar con vida propia, el piano tocaba notas espantosas, la pobre mujer gritaba que se estaba quemando. Mi abuela rezaba y le lanzaba más agua bendita.
-- Tu Cruz adoramos Señor. Te invocamos Santa Trinidad.
La habitación se oscurecía como sucede casi instantáneo en esas tardes cargadas de lluvias fortísimas, Un ruido extraño, cual "Zumbido de ultratumba" diría después la María, se apoderó del ambiente, las finas cortinas estaban pegadas al techo como velámenes abatidos por la tempestad, las esferas florentinas giraban como planetas en órbitas caóticas y el dios precolombino parecía revivir con ojos fulgurantes de jaguar embravecido.--Santo Dios, Santo Fuerte --Mi abuela asustada y ya sin fuerzas recordó que el Padre Mario le había contado que cuando sintiera la presencia del maligno recurriera a San Miguel Arcángel que era el indicado para combatir las fuerzas del mal y desesperada lanzando las últimas gotas del agua Bendita, gritó:
-- ¡Arcángel San Miguel defiéndenos!
De inmediato, el ventarrón terminó y el sol invadió la sala. Por el balcón del centro vio una especie de llamarada que salía, la mujer en el suelo llorando como condenada, tenía quemadas las plantas de los pies.
Mi abuela sólo alcanzó a decir antes de desmayarse..."Padre Nuestro que estás en los cielos"...
Ese mismo día el padre Mario Casariegos, párroco de El Calvario llegó con el Ritual Romano en mano a exorcizar a la señora y a la sala la llenó de agua bendita y de inciensos. La mujer arrepentida abrazó la Fe Cristiana nuevamente, murió tres meses después de una rara enfermedad que la consumió en tres días, mi abuela quedó aficionada al incienso y siempre que llegábamos de chiquitos a visitarla nos peleábamos por sentarnos en una de las sillas toscanas, corríamos para ver quien era el privilegiado de sentarse en " las sillas del diablo".
Así me lo contaron, así se los cuento.
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